In art school in the late ’80s we would take part in critiques, discussing each other’s work, the professor giving the final verdict. No matter how brilliant or terrible the art, there was never a word on how we were supposed to make a living making this brilliant or terrible work.
It was a sobering moment when, in 1999, I decided to move to New York City to work as an artist. The rent was $700 a month and I had found a job that paid exactly that—nothing more. I even gave away my goldfish for fear I could not feed it.
Since I had boxes from the move, I decided to use the cardboard to make funny cardboard signs to sell to passersby in Manhattan’s upscale shopping district. I soon found the signs sold and that I now had money for groceries, art supplies, drinks, and subway fare!
Resourcefulness was the lesson learned not taught in art school. Significantly, as I continued making these signs the humor became infused with politics, artworld commentary, and socio-economic issues of concern.
My sayings would later be translated into neon, another form of signage as ubiquitous as cardboard signs.
A finales de los años 80, en la escuela de arte participábamos en reuniones de crítica para hablar sobre la obra de cada uno, en las cuales el profesor era quien decía la última palabra. Sin importar qué tan maravillosa o terrible fuera la obra, nunca se hablaba de cómo podíamos ganarnos la vida con ella.
En 1999, cuando decidí mudarme a la ciudad de Nueva York para trabajar como artista, tuve una experiencia aleccionadora. La renta era de $700 dólares al mes y había encontrado un trabajo donde me pagaban exactamente esa cantidad, nada más. Incluso tuve que regalar mi pez dorado por temor a no poder alimentarlo.
Como me quedaron cajas de la mudanza, decidí usar el cartón para fabricar carteles graciosos y venderlos a los transeúntes en el lujoso distrito comercial de Manhattan. Mis carteles se vendieron muy rápido y pude tener dinero para comprar alimentos, materiales para trabajar mi obra, bebidas y pasajes del metro.
La lección que aprendí era que había que ser ingenioso, algo que no te enseñan en la escuela. De forma considerable, mientras seguía haciendo estos carteles humorísticos, se fueron agregando temas políticos, comentarios sobre el mundo del arte y temas socioeconómicos relevantes.